I
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Sin saco, con anteojos de montura gruesa, el cuello de la camisa desabotonado y el nudo de la corbata flojo, descansando sobre el pecho. Un rostro de facciones sólidas y ojos inteligentes. A nadie le soprendería saber que el hombre calvo, fotografiado junto a una máquina de escribir y con un libro en la mano fue una presencia constante en los medios impresos mexicanos entre los años sesentas y ochentas.
Lo que casi nadie podría adivinar es que esa imagen es sólo un fotograma engañoso, aislado de una larga serie de reencarnaciones e reinvenciones. El hombre del retrato fue, efectivamente, un nombre cotidiano en la prensa mexicana, pero además fue un niño en Libia, un partisano condecorado durante la segunda guerra mundial, un graduado de lenguas orientales en Italia, una sensación literaria en Francia y finalmente un escritor y periodista que, siguiendo su amor por otro hombre, llegó a México, en donde intentó escribir la gran novela mexicana y terminó escribiendo la contradictoria saga de sí mismo.
Carlo Coccioli (pronunciado "Cóchioli") nació en 1920, en Livorno, Italia, y creció en Libia, que entonces era una colonia del régimen fascista. Los primeros años de vida del futuro escritor siguen la trayectoria profesional del padre, un oficial del ejército italiano. Así, la familia llega a Fiume, ciudad de la actual Croacia que estaba entonces en disputa entre Yugoslavia e Italia. Las hostilidades de la segunda guerra mundial obliga a los Coccioli (menos el padre, que había sido capturado por los ingleses en Egipto) a volver a Italia, donde ocupan una casa en las afueras de Florencia.
Carlo es llamado a cumplir con el servicio militar obligatorio y se vuelve subteniente, pero pasa a las filas de la resistencia contra los alemanes cuando el gobierno italiano firma el armistico con los angloamericanos. Aún como combatiente clandestino logra graduarse en Roma como estudiante de lenguas orientales, un interés adquirido durante su infancia en Libia.
En 1944 Coccioli es capturado por los alemanes y encabeza después un temerario escape que lo devuelve a la vida de partisano. Se distingue como comandante de la resistencia y recibe al finalizar la guerra la medalla de plata al valor militar. Suficientes aventuras para entrar a la adultez con anécdotas para contar durante toda una vida. Sin embargo, la historia de este reinventor profesional de sí mismo estaba sólo empezando, y su papel como actor de la historia mundial iba a ser solamente una anotación al margen de un diseño tan intrincado como un mandala.
II
La guerra, que se llevó a Carlo apenas más que adolescente, lo devuelve como graduado universitario y escritor. En 1946 publica su primera novela, El Mejor y el Último; con su segunda obra, La Difícil Esperanza, gana el premio Paraggi y una incipiente notoriedad literaria. En sus primeras novelas, Coccioli revive su experiencia bélica y comienza a visitar la cuestión de la presencia divina, que será el tema central de su obra durante el resto su vida. En su tercer novela, El Pequeño Valle de Dios, la fe católica y el amor heterosexual triunfan y se reafirman no obstante la duda y la superstición.
La Difícil Esperanza es traducida en francés y Coccioli se muda a París, donde comienza a ser celebrado como una figura de la literatura de inspiración católica. Aunque las fotografías de esos años lo muestran con la compostura de un joven profesor y la elegancia de un exitoso protagonista de la dolce vita en Roma, dentro del escritor existían tensiones que habían empezado a manifestarse en El Muchacho, una obra escrita en Italia, y que iban a encontrar forma final en una novela tan personal y escandalosa para la moral de los tiempos que Coccioli no se atrevería a publicarla en su lengua materna sino hasta más de veinte años después de su primera publicación en francés.
Fabrizio Lupo narra la relación de un escritor italiano con Laurent, un escultor frances. Tal como Coccioli, el protagonista de la novela es de una exepcional sensibilidad espiritual; percibe en cada cosa del mundo la presencia del dios cristiano, y su amor homosexual por Laurent no es la excepción. La unica solucion posible a la contradicción entre amor divino y amor carnal homosexual es la muerte: los amantes resuelven el dilema suicidándose. La novela causó escándalo por su temática y por provenir de un autor que parecía destinado a convertirse en una eminencia del arte que afirmaba los valores cristianos. Al aparecer en México la obra provocó el suicidio de un joven tapatío, un caso al que Coccioli dedicó un libro, Un Suicidio, publicado en francés.
El escritor hizo todo lo posible por distanciarse formalmente de la temática y las implicaciones radicales de Fabrizio Lupo. El narrador aparece en la novela como un testigo desinteresado que viene a saber de la historia gracias a una confidencia y nos la presenta para iluminarnos acerca de un caso de interés sociológico sobre el cual vale la pena reflexionar. La verdad era otra, mucho más tumultuosa e hiriente: Laurent era real y también lo era la adoración que Coccioli sentía por él.
El modelo del "Laurent" de Fabrizio Lupo era Michel, el heredero de una acomodada familia parisina. La relación entre el escritor y el joven era intensa, pero no lo suficiente para resistir a las presiones de la familia de Michel. Un día los dos amantes se preparan para salir de vacaciones juntos: los boletos ya han sido comprados, el auto está listo, las maletas están hechas. Coccioli entra un momento a casa y al salir descubre que Michel ha desaparecido. Tiene delante de sí un auto vacío y en el bolsillo un par de boletos de avión que nadie va a usar.
El escritor busca a Michel por todas partes. Cuando sus fuerzas de agotan, contrata un investigador privado, y cuando ese recurso tampoco funciona, renuncia a la cordura y consulta una vidente que le sugiere que el joven está en Canadá. Coccioli viaja hasta ahí en persona para buscar a Michel y al fracasar en su intento recala en México. Piensa distraer su dolor visitando ese país exótico para después regresar a su vida en Europa. No imagina que a partir de entonces la Ciudad de Mexico se volverá su casa.
III
En México, Coccioli departe con los intelectuales locales, viaja y conoce personas de todas las posiciones sociales. Ese primer encuentro con el país produce Manuel, el Mexicano, donde Coccioli intenta presentar una novela a la medida del país que ha encontrado: un hervidero de paradojas que se expande económicante y demográficamente en todas direcciones.
Manuel es un niño que baila danzas prehispánicas; Coccioli (o su alter ego narrativo) lo encuentra en la ciudad de México y conoce el país a través de él y también con él, ya que recorren juntos la mitad del país cuando el escritor tiene que viajar a Guatemala para cumplir con un trámite migratorio. La novela se concluye cuando Manuel escapa de los dos "protectores" que se lo contienden, el europeo Coccioli y una adinerada señora americana (imposible no apreciar el simbolismo) y participa en un via crucis en el que termina siendo sacrificado de verdad.
En 1964, siete años después de la publicación de Manuel, Coccioli volvería a intentar explicar México con Yo, Cuauhtémoc, una extensa novela histórica que presenta la conquista a través de los ojos de un Cuauhtémoc abierto a pulsiones homosexuales, y que demuestra una comprensión instintiva aunque vaga de la religión de los conquistadores. Tal como con su novela anterior, Coccioli intentaba conciliar el mundo indígena y el mundo europeo buscando una base espiritual común entre ellos.
Después de las que podemos llamar sus novelas mexicanas, la atención de Coccioli se dirigió toda hacia su mundo interior. La duda religiosa, la intución de la religion "del otro" que Coccioli atribuía a Cuauhtémoc en realidad era suya: en 1970 publicaría Documento 127, en el cual "oficializaba" su conversión al judaísmo. Era sólo el inicio de un largo proceso de autodescubrimiento que lo llevaría a adoptar sucesivamente el hinduismo y el budismo y a explorar formas postmodernas de espiritualidad, como el movimiento de Alcohólicos Anónimos, al cual dedicó un libro, Hombres en Fuga.
Con breves excepciones, Coccioli vivió en Mexico hasta el final de sus días. Escribió en tres idiomas diferentes y era capaz de traducirse a sí mismo. Era al mismo tiempo italiano, francés y mexicano, y es posible que la dificultad de colocarlo en una tradición específica sea una de las causas del rápido olvido en que ha caído su obra. En Italia se ha puesto en marcha una discreta campaña para revaluarlo y volver a publicar sus obras. Tal vez sea el caso de hacer algo parecido en México, al menos con la parte del Coccioli que nos toca.